
En el libro “Guía para un excelente gobierno… y para un ciudadano menos indolente”, publicado por el Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la UCR, se aporta sólida evidencia jurídica, política, histórica, administrativa y técnica, de por qué Costa Rica no es un país desarrollado.
En efecto, en pobreza, ambiente, educación, salud y agricultura, en turismo e industria, en infraestructura, seguridad ciudadana, en planificación, etc., las estadísticas y tantos analistas proporcionan alarmantes “indicadores deficitarios”, pero el libro les otorga una novedosa relevancia pasándolos por el prisma de las macrocausas, o causas de origen, de tales fenómenos; y, más aun viéndolos como fenómenos interdependientes y no individuales.
Análisis deficiente. El libro –que también podría intitularse “…de dónde viene y cómo superar nuestro sempiterno nadadito de perro”– devela cómo durante más de treinta años (en coincidencia en mucho sentido con el análisis de Julio Rodríguez aquí el 8/9 anterior), ha habido una sistemática omisión de ciertas pautas superiores jurídicas y conceptuales, un hecho que explica el por qué de tantos análisis unilaterales sobre problemas nacionales y políticas mal diseñadas y peor ejecutadas que no resuelven ninguno de aquellos, aun con el enorme gasto disponible y la evidente buena fe de sus propulsores.
Si el lector desea realmente saber quiénes son unipersonalmente responsables del subdesarrollo nacional, y quiénes y cómo “podremos ayudarnos” de manera calificada haciendo lo necesario para enmendar, desde ya, esas irresponsabilidades y resolver mucho mejor todo problema nacional, el libro identifica a los actores y “órganos” responsables e indica cómo lograr ese cambio, sin esperar una Constituyente.
El libro demuestra cómo las actitudes y comportamientos diarios del costarricense tienen como contrapartida real su desapego para con el régimen de derecho que todos, cuando conviene, dicen respetar. Se señala un problema grave en la enseñanza misma de muchas ciencias sociales en las universidades, pues es común ver cómo se extrapolan los análisis de afamados autores europeos y norteamericanos, y de sus corifeos latinoamericanos, como si fueran análisis y propuestas sobre Costa Rica, lo que lleva a que los estudiantes no aprenden a investigar nuestros fenómenos en su complejidad real, jurídica, institucional y sustantiva, sino a repetir frases célebres que denotan erudición académica. Así llegan a importantes puestos públicos y políticos.
Cultura colonial. En el libro develamos igualmente cómo nuestra cultura política de origen colonial todavía nos domina en lo que es el manejo de instituciones y procesos públicos sin la preparación especializada rigurosa –o sea, realista de lo público nuestro, no de lo público anglosajón; en las muchas microanalíticas y simplistas discusiones sobre reformas políticas, electorales e institucionales; en la formulación de programas electorales por los partidos políticos y promulgación de nuevas leyes, que dan la espalda al modelo-país y a unas pocas normas en la Constitución así como a unas pocas leyes superiores, que precisamente sí permiten en conjunto el “excelente gobierno”; en no querer enfrentar nadie las verdaderas causas de la corrupción que nos acogota, incluida la creación por los partidos mayoritarios de cotos de caza en las instituciones (piénsese, a manera de ejemplo, en los varios funcionarios públicos de carrera que aparecen de repente como legisladores, cosa imposible en Europa o en Estados Unidos); en no entender que los procesos de contratación administrativa, administración financiera, empleo, tecnologías digitales y de otra índole, son apenas eslabones de procesos político-administrativos mayores de dirección, planificación, control y evaluación, cuyo manejo eficaz exige una rigurosa formación –que tampoco se está dando en el país– más allá de la que actualmente recibe el especialista en esos campos parciales, más cuando se incorporan a este escenario los ámbitos sectorial y regional del desarrollo nacional.
El libro, por su lado, incorpora pruebas de cómo el marco normativo-conceptual sustentado por el autor funciona en condiciones apropiadas, presentando experiencias positivas habidas en el país en los últimos 34 años que demuestran que “sí se puede”.
Dos grandes y francas advertencias: una, el libro argumenta con contundencia que no por ignorar tantos costarricenses los fenómenos reales analizados en él, éstos, entonces, no tienen consecuencias en el desarrollo real del país; por otro lado, su contenido crítico –pero también propositivo– es un espejo, y apuesto a que todo lector que lo lea con objetividad no podrá seguir siendo el mismo “tipo” de ciudadano.
Si no lo digo yo como su autor, ¿quién más podría hacerlo con tanta convicción, fundamento y… optimismo?
Johnny Meoño